Creo que fue hace tres años cuando me comunicaron que ya no iba a trabajar más en el colegio donde tan mal me pagaban. Nos reunieron en la oficina del director donde tantas veces nos anunciaban a mí y a mis compañeros de trabajo que nuestro pago iba a demorar. El director, bueno, administrador lo llamaban ahí, se sentó, cruzó las piernas, dejando ver que él no usaba medias por más terno que vistiera y por más director/administrador que fuese y nos dijo que nuestros servicios ya no iban a ser necesarios, que al empezar las clases nos llamarían nuevamente. Era claro, nadie nos iba a llamar, habíamos sobrevivido el año escolar más fuerte que haya existido, fui el único tutor de quinto de secundaria que resistió todo el año y así, sin liquidación, porque ahí tampoco había liquidación ni gratificación ni ley, y con los pocos ahorros que tenía me largué al sur, alquilé una casa en Punta Hermosa y gasté mi dinero en uno de los veranos más intensos que he vivido y bebido.

Hoy, tres años después, no me han despedido, sino que he renunciado o, mejor dicho, he comunicado que no pienso, pero por nada del mundo, renovar contrato. Claro, es probable que tampoco hayan querido renovármelo, aunque he escuchado noticias de que sí, que sí me lo iban a renovar, pues a pesar de todo y “todo” significa “yo”, eres/soy necesario.
Pero no, tomé la firme decisión de no renovar contrato en la librería donde he trabajado durante un año y tres meses y cogí mi último salario para gastármelo una vez más en el sur chico de Lima. El plan: irme al Summerclash, en San Bartolo, kilómetro 51 de la Panamericana Sur y quinientos impotentes soles en mi tarjeta débito Lanpass-cero-kilómetros-acumulados. Dieciséis horas de concierto y un salario que no aguanta tanto, pero que aguantó.
Un motivo importante, además de las ganas de gastar, se suma a este viaje. Es el cumpleaños de una amiga, es el cumpleaños de Graciela y, como nunca, ha decidido que esta vez no lo realizará en una discoteca, ni en una casa. Pero, lo más importante, nada de merengues ni eso que llaman latin pop, así que la noticia me ha caído como una bendición. ¿Y cómo así Summerclash, si a ti no te gusta tanto el rock? Pero es que la idea de salir un poco de la ciudad, ir al balneario de San Bartolo, de pisar la arena y tomarse cuantas cervezas aguante la economía seduce a cualquiera. Además, no sólo, eso sino que también hay una zona de electrónica y, por último, las presentaciones finales serán de grupos tributo a la Fania All Stars y a Celia Cruz. ¡Salsa dura, señores!
Son las cuatro de la tarde y debo llegar rápido a la casa de Jeancarlo, él tiene mi entrada y a esa hora ya debe haber revivido del viernes anterior. Cojo mis lentes negros y me despido de mi familia, no nos veremos hasta el día siguiente, o sea hasta el domingo y muy entrada la tarde (así de súper achorado soy). En mi mochila sólo hay un libro de ensayos sobre literatura fantástica de Lovecraft y dos libros más de los poetas Martín Adán y Blanca Varela. Unas sandalias que creo no hacen juego con mi ropa de baño, cuestión de colores. Dos polos negros, una toalla aún mojada, preservativos por si hay suerte y las tarjetas de crédito y de débito. No hace falta nada más
Llego a la casa de Jeancarlo y su mamá me dice que suba las escaleras, que ahí me están esperando, que no hace mucho acaba de regresar de Asia, allá arriba está, con su enamorada y con Hans. Los veo con cara de sueño, están echados sobre la cama y viendo a duras penas una película de Jim Carrey. El ventilador está en su máxima potencia, pero aun así no es suficiente para calmar el calor que nos abrasa, tampoco ayudan las cervezas que se bebieron Jeancarlo y Hans la noche anterior.
-No hemos dormido nada.
Son casi las cinco y nos llama Graciela al celular, que ya está lista y a qué coño de hora pensamos salir. Afortunadamente desde los Cedros de Villa la distancia no es un problema, el problema es el calor de mierda lo cual nos hace pensar, “¿Tenemos tanto calor por vivir en una urbanización que limita con el mar y nos vamos a alquilar una casa en San Bartolo, también limítrofe con el mar?”
Mientras Jeancarlo se va alistando siento que el sueño también se apodera de mí, yo no he bebido ayer, lo he hecho durante casi toda la semana, pero no ayer, si voy a resistir toda la noche despierto sin hacer epopeyas de mis vergüenzas bebibles pues no debo tomar aunque sea el día anterior. Y así lo hice.
Pero el sueño me gana, la única que parece estar bien despierta es Fiorella, la enamorada de Jeancarlo. Somos cuatro en una cama viendo una película de Jim Carrey y con calor homicida, es para tumbar a cualquiera. A punto estaba de cerrar los ojos cuando Graciela vuelve a llamar y nosotros que ya, ya estamos listos. Vamos a cagarla.
Metemos las mochilas en el auto y nos subimos, debemos recoger a Graciela en la gasolinera que está frente a La Encantada, esa urbanización de Audis que es chorrillana pero cuya basura la recoge los camiones de la municipalidad de Surco. Es cierto, Los Cedros también quiere ser Surcano, pero su basura sigue siendo recogida por la municipalidad de Chorrillos, tan emparentada con la basura.
Graciela está con un vestido negro y unas flores amarillas en la cabeza como vincha, su mochila es la más grande de entre todos nosotros ¿Cómo es posible que haya tanto en una mochila si sólo nos vamos a quedar de sábado a domingo? Ha comprado una cerveza para el camino y se acomoda en el auto. A mí me ha tocado estar al medio: Y eso no me gusta.
Salir de Chorrillos y tomar la Panamericana Sur es lo más sencillo, son las ventajas de vivir en los Cedros de Villa. Tomas toda la avenida Los Horizontes y mientras vas por tu tercer sorbo de cerveza, giras la cabeza y ves los Pantanos de Villa, la carretera, la Panamericana Sur.
Recuerdo que allá, por los noventas, este humedal tuvo muchos problemas por la fábrica chilena de fideos Lucchetti. Ésta se encontraba frente a los pantanos y comprometía seriamente su ecosistema. Su caso fue transcendente ya que simbolizó la lucha y representatividad de poderes entre el gobierno presidencial de Fujimori (quienes le dieron el visto bueno y corrupto para su funcionamiento ahí) y la alcaldía en ese entonces a cargo de Alberto Andrade (opositor y candidato a la presidencia). Mientras tanto la flora y fauna seguían jodiéndose.
Años después la fábrica cerraría ante la comprobación de delitos de corrupción aparecida en los “vladivideos”. Pero ni con eso ha sido suficiente para frenar los daños a esta reserva. Hace tan sólo unos meses hubo incendio que comprometió seriamente su entorno y hasta ahora los pobladores aledaños siguen lavando su ropa en la aguas de los humedales.
La tarde sigue su curso, naranja como un Pomalca de la adolescencia, recorro la carretera a una velocidad de ochenta kilómetros por hora y través de la ventana un huerequeque. Yo crecí en un parque donde por las mañanas y tardes nos visitaban los huerequeques y en donde, cuando aún era niño, se sembraban tomates frente a la casa donde nos vendían cremoladas.
Es un atardecer en carretera, yo hubiera preferido escuchar el Heroes, de Bowie o El Viento, de Manu Chao. Pero Jeancarlo ha optado por los hits del verano, por ahí que suena una canción de quien se hace llamar El Pitbull, una canción que es El taxi, que no es sino un plagio de la banda noventera de reggae Chaka Demus & Pliers, cuya verdadera canción es Murder she wrote. Al final optamos por uno de los mejores discos del Cerati solista: Siempre es hoy…es parte de mi ser.
Llegamos primero a Pulpos, las amigas de Graciela habían alquilado una casa ahí y la habían invitado a quedarse a dormir por el fin de semana. Es casi de noche y al fin llegamos a Punta Hermosa.
El hospedaje donde nos vamos a quedar está situado a pocos metros de la carretera, hay que caminar regular para ir a la playa, aunque nadie quiere ir a esa hora. Es de noche y es preferible dormir aunque sea una hora antes de ir al concierto en San Bartolo. Alquilamos dos habitaciones, ochenta soles cada una y a juzgar por la apariencia del lugar el precio no se justificaba.
Era un terreno de espacio regular cuya totalidad del patio era de cemento, nada de pasto, su segundo piso había sido construido y habilitado sólo para hospedar a sus casuales clientes. Desde su segundo piso se podía observar el patio trasero nada glamuroso de sus vecinos. Un terreno de tierra muerta con dos perros flacos durmiendo y sobre ellos una camiseta sucia de alianza colgada al lado de una de universitario, lo cual te hace pensar que ciertas convivencias son posibles.
Las habitaciones son pequeñas, un minúsculo televisor sin control remoto y una ducha en cuyo interior también se encontraba el retrete para que defeques y te duches al mismo tiempo. Lo único bueno es que estando en el segundo piso las habitaciones constan de un balcón pasadizo como para poder tomar aire.
Antes de instalarnos nos vamos un momento al centro de la ciudad a sacar más dinero, será un fin de semana costoso. Compro un par de cervezas para el camino y así poder dormir mejor antes del concierto. Ya echado sobre la cama y tratando de no incomodar a Hans, con quien comparto habitación, cojo mi libro Lovecraft y después a dormir hasta la hora pactada.
No es fácil dormir sabiendo que lo que te espera es intenso, dieciséis horas de concierto. Siento que nada más he parpadeado un poco y ya es hora de ir rumbo hacia San Bartolo.
No hay ningún taxi que quiera llevarnos, todos pasan llenos. Finalmente optamos por ir en bus, a sol el pasaje y a ritmo de reggaeton. ¿Alguien conoce el complejo deportivo de San Bartolo?
-Donde veamos luces ahí es.
Pero es sábado, San Bartolo, verano y por donde quiera que vea todo son luces.
-Ahí es.
-¿Cómo sabes?
-Ahí es.
La verdad es que desde afuera no se escucha la bulla que imaginaba y la cola no es tan grande. Para ingresar hay que pasar al menos como dos barreras de seguridad que te revisan ceremoniosa e indecorosamente. Lo primero que se me viene a la mente es emborracharme luego y hacerles trabajar de verdad a los de seguridad teniendo que controlar a un borracho a mil por hora, pero no. Hoy es una noche de la que quiero tener recuerdos, por lo menos de la mayoría de las bandas.
La carpa donde será el concierto de electrónica ya está armada y suena bien, me empiezo a excitar. Graciela me manda un mensaje al celular, me dice que se encuentra entre el escenario donde están haciendo el tributo a los Arctic Monkeys y el puesto de cervezas Ice.
Cerveza en mano nos acercamos a los escenarios, hay un versus entre las bandas tributo a The Killer y los Arctic Monkeys. Si me preguntan, la ejecución de la segunda banda tributo me gustó más, pero los ritmos rápidos y más populares de los Killers puso a saltar y bailar a la mayoría. Ambas bandas tributos estuvieron bastante bien en sus presentaciones.
También me di cuenta de que no recordaba muchas de las letras de las canciones, lo atribuí a mi edad, aunque en realidad se podría deber más a que he estado escuchando muchos otros grupos alejados del circuito rockero, así que mi asistencia a este concierto ha sido también un regreso a los orígenes. Porque todo bien con Piazzolla, Vinícius de Moraes o Charles Mingus, pero no se puede hacer un pogo con ellos. Y miren esa manera de saltar de las chicas, sobre todo una rubia muy delgada, casi rompible, que salta sin parar con el ombligo cubierto de sudor y sin que se le caiga la cerveza del vaso.
Me siento un poco pervertido monse mirándola desde la complicidad de mis ropas oscuras y la energía de la gente a mi alrededor, pero qué guapa. En realidad hay mucha gente guapa en este concierto y una de las razones por las que he asistido, además de reencontrarme con los orígenes, es ver si está por aquí ella, quizá ya esté aquí tomando algunas fotos y tomando algunos apuntes para su artículo en la página web donde escribe. Pues, sí, he venido en busca de mi guapa que no sabe que me muero por ella y que es mi guapa favorita.
Las cervezas se han acabado y Graciela me presenta a sus amigas, con las que se está quedando en Pulpos. Hola, él es Martín. ¿Tienes hierba? No, no tengo. Qué mal me sentí por no tener, tampoco era mi obligación. Es más, ni las conozco y ya asumen que yo debería tener hierba. Pero la verdad es que no traje, ni encendedor ni nada y, para colmo de los colmos, ya se me antojó también.
El siguiente tributo es a The Strokes, sin embargo, antes de que éste empiece, vamos por un momento a ver cómo le va a zona de electrónica.
No sé a qué chucha grupo está representando el DJ, no sé nada de electrónica, excepto tres o cuatro y aun así soy casi inepto en poder diferenciarlos uno de los otros. El truco es que no te importe y no me importa. Compramos más cervezas y me pongo a observar el lugar, recién está entrando gente, el que más se mueve y goza es el mismo DJ y, hay que admitirlo, su energía es contagiante ¿Por qué demonios no traje hierba?
Suficiente con la electrónica, me gusta, lo admito, pero mi relación con ella es como con la mayoría de la gente: Está bien sólo por un rato, de ahí hay que evadirlas como consigna.
Hemos comprado una botella de pisco y me doy cuenta de que no durará más allá de tres rondas. Casi no he sentido el tributo a The Strokes, sin embargo el sentimiento cambiaría con The Doors y lo mejor de la psicodelia y casi como si por obra del diablo, que a veces es bueno y se pone de tu lado, empiezo oler hierba atrás de mí. No hay que forma que en un concierto tributo a The Doors alguien te niegue lo que nunca se le debe negar a nadie.
The Doors y el porro son tan indisociables como el matrimonio y la infidelidad, eso es un hecho.
Curioso, teniendo en cuenta que Morrison no era un fumador recurrente, él era un bebedor. Un bebedor extremo, eso sí y que se mató a botellazos. Cada quien tiene una manera de morir, pocos eligen su muerte, él fue uno de esos pocos. Morir bebiendo, todo un caballero.
El concierto sigue y el olor se hace cada vez más presente, sé que es a mis espaldas. Por fin sé de dónde viene, no es fácil teniendo en consideración la cantidad de gente que hay. Me acerco y mientras planeo cómo pedirle que me invite algo de hierba de la forma más gentil sin inspirar “piedad para este pobre hombre”, siento que sería una gran ocasión para escuchar el Misery´n de la Joplin. Hay veces que mi amor por la Joplin puede más que mi gusto por The Doors: Si me dan a elegir, me quedo contigo, Janis.
¿Qué pasó? Me preguntan y les digo que no me quisieron dar, ya les quedaba muy poco y me siento entre el pasto y la tierra en posición de derrota. También me percato de que estoy sentado sobre tierra ¿Había pasto cuando llegué? Fácil ya se lo fumaron.
Pero todavía hay pasto, lo que no hay es hierba. Sin embargo, mientras tomaba mi último vaso de pisco puro, tocan mi hombro, volteo y es el mismo sujeto que me negó su porrito y me dice “es todo lo que me queda” y me lo ofrece. Me ofrece su última pava.
Había un enorme gesto de gratitud entre ambos y pienso, así se solucionarían tantos problemas entre países enemigos ¿Se imaginan a un israelí fumando una hierba con un palestino? Aseguro que cambiaría por completo el enfoque que le han dado durante año las ciencias políticas y los sociólogos y todos esos que fuman pero cuyo academicismo les prohíbe admitir que lo hacen y lo disfrutan. Muchas veces permanecer en las sombras es lo más seguro para seguir ganando dinero.
Al fin, lo he logrado, conseguí algo de hierba, poco pero como dice un amigo “la peor hierba es la que no hay”. Fumamos todo y la pava duró lo que duró los últimos segundos de Break on Through y los primeros de Ligth my fire.
Listo, el pisco ha hecho su efecto y mientras vuelvo a agradecer a aquel chico por la pava y de paso me disculpo pues me pide puchos y yo lo único que tengo son ganas de mear, voy camino a los baños, cuidando de no tropezar con la cola que se ha hecho para comprar más cervezas, luego debo cuidar de no tropezar con la otra cola, ésta para comprar chorizos.
Llego con esfuerzo al baño, estoy consciente a cada momento que al menor descuido, a la menor pérdida de concentración voy a perder todo el autocontrol y voy a despertar en algún lugar que de seguro no será aquel que alquilé. Por fin, apoyo mi mano sobre la pared de plástico azul que es el baño móvil mientras que con la otra intento dirigir correctamente la dirección de la orina, no vaya a marcar mi territorio en otro lugar y me gane una pelea por mojar a alguien.
La dirección va bien, siento que es de nunca acabar, pero cuánto he bebido, mi orina sigue y es casi una introducción rítmica al tributo a Lenny Kravitz que está empezando. Qué bien, me gusta ese sujeto, tiene buenas canciones, debo apurarme. La gente se impacienta afuera, todos buscan un lugar donde orinar y donde polvear sus narices.
Uno no aguanta hasta que yo salga y ahí, al lado del baño, afuera, saca su coca e inhala tan fuerte que me regresa al Barranco del año nuevo y siento: es hora de mi venganza.
Aquella vez perdí todo conocimiento y debía saber si ello se debió a una reacción del momento o si, simplemente, mi cuerpo rechazaba por completo aquella sustancia. No podía perder aquella oportunidad que se me había presentado y le pedí a ese sujeto que tenía la necesidad de esconderse entre los baños para jalar que me invitara un poco.
Me miró con desconfianza y egoísmo, los consumidores de cocaína no son los mismos que quienes fuman marihuana. En ellos no hay la ternura ni la generosidad de los últimos. Pero igual puede pasar que te la den y así pasó. Un tipo que estaba delante de mí orinando me miró asustado y me dijo que me moviera de ahí, que no podía orinan teniendo a alguien detrás de él. “Siento que me vas a tirar”.
Ya quemó el tipo, yo sólo me he colocado detrás para acercarme al tipo que me va a pasar su coca, pero me pongo de costado para no incomodarlo y que orine tranquilo. Todo hombre merece tener el derecho de orinar tranquilo sin que sienta que lo van a violar.
Pongo mi mano con la palma hacia arriba y el tipo me mira con rostro de “qué tal novato eres”, me corrige la postura de la mano y me dice que la palma hacia abajo. Echa un poco y ya está: Aspira.
Lo que sigue es abrir mis cinco sentidos, todo el tiempo que seguiré aquí será para saber qué tan resistente soy y cuánto me va a cambiar la cocaína. Pero no siento nada, es más, estoy tranquilo, tanta es mi preocupación por no cagarla que ni siquiera el pisco, las cervezas ni lo demás han hecho mucho efecto. También es posible que la coca me haya devuelto todas las fuerzas, pero tampoco es que me sienta así de reparado, sino que todo ha fluido de forma tranquila.
It Ain't Over Til It's Over, ¿Han escuchado esa canción? Claro que sí, sino son uno de esos poseros que van a conciertos de rock y luego se van a una discoteca a bailar el hit del verano. Es una canción sensual, de melodía y ritmo envolventes, con un aire setentero y una chica de cabellos castaños y ojos delineados de negros que baila muy bien, se mece, se engríe y es cada vez más sexy. La veo desde abajo, estoy echado en el pasto, estoy algo adormecido.
¿Has vista a Graciela? Todo el grupo se ha dispersado, me doy cuenta que a mi alrededor sólo están Jeancarlo y Fiorella. Hans ha desaparecido y toda al otra gente de igual manera. ¿A qué hora acabó el tributo a Lenny Kravitz?
Graciela debe estar por ahí, ya aparecerá. Llega el momento del tributo a los Red Hot Chilli Pepers, nada mal, pero ya mis fuerzas iban menguando, es la edad me digo. Lo que vino después no me atrajo gran cosa es decir: Jamiroquai, Pearl Jam, Andrés Calamaro y Soda Stereo.
Los Fabulosos Primos ( tributo a Cadillacs) con la voz del Loco fue, de entre los últimos grupos, el que más motivó y es que este grupo siempre es una fiesta. Son las cuatro de la madrugada y hemos encontrado a Graciela, justo en el momento en que Jeancarlo y Fiorella decidían que ya no más, no hay cuerpo que resista.
Ellos se van y le dejan la dirección del hospedaje en Punta Hermosa a Graciela, no vaya a ser que yo las pierda. Además las amigas de Graciela ya se fueron, hay que sobrevivir entre los dos. El último versus es entre Celia Cruz y la Fannia All Stars.
Son las cinco de la madrugada pero aún hay gente bailando, después de tantas horas me había olvidado que estaba buscando a mi guapa. ¿Estará Samantha por aquí? Pero si estuvo ya no lo está, a esta hora ya queda poca gente y es fácil divisar quién está y quién no.
Suena la Murga, pero es imposible, son casi las seis y mi cuerpo no es capaz de seguir resistiendo. Además no puedo seguir gastando más dinero, en lo que va de la noche se me han ido casi trescientos soles. Bueno, no sólo en alcohol, antes de venir también aproveché en comprar algunos libros. Como sea, es hora de partir.
De San Bartolo a Punta Hermosa sólo nos separan unos veinte minutos de distancia. Teniendo eso en cuenta mandamos a la mierda a los taxistas que nos querían cobrar entre veinticinco y treinta soles y optamos por tomar el primer bus que pasó y que nos cobró un sol por todo el recorrido.
Todo bien, el único problema es cuando tienes una dirección pero no sabes dónde es aquella calle en la cual tienes que bajar. Atentos a las ventanas, si nos perdimos me jodí. Graciela puede quedarse en Pulpos, en la casa de sus amigas, total sabe cómo llegar. El único problema soy yo, estoy sobrio, lo logré, estoy sobrio y coherente, pero no sé cómo llegar al hospedaje. Ni modo.
-¿Qué haces?
-Buscando mi toalla y mi bloqueador. Sé que me voy a tener que quedar a dormir en la playa.
-Ahí es huevón ¡Baja!
En efecto, esa era la puta casa/hospedaje, lo habíamos logrado. En vista de que Hans había desaparecido en medio de la noche y que ya era muy tarde y Graciela estaba cansada, pues compartimos habitación. Ella se quedó dormida apenas entró, pero yo me moría de hambre, decidí caminar hasta llegar al mercado.
Son seis y media de la mañana y aún hay ruido, música allá afuera. Yo sólo quiero una hamburguesa, pero mientras más camino más me dan ganas de entrar a alguna de esas casas, comprar unas cervezas y entrar y seguir la fiesta.
“Dormir es para los débiles”, alguien me lo dijo alguna vez. Será que soy débil. Consigo mi hamburguesa, fría, grasosa, una mierda con mayonesa y voy caminando de regreso al hospedaje. Mientras camino me siento nostálgico y recuerdo aquella canción de Morrisey The more you ignore me, the closer I get.
Graciela duerme inánimemente sobre las “impolutas” sábanas de la cama y me acuesto a su lado tratando de no incomodarla, miro el techo y lo único que suena en mi cabeza es esa canción que nunca tocaron en la noche pues no era parte del programa. Ya ha amanecido, hace un calor de mierda, sólo quiero una cerveza más y en mi cabeza sólo escucho aquella canción de Morrisey… The more you ignore me, the closer I get.